domingo, 30 de noviembre de 2014

Champollion

Aunque sólo fuera por el gran templo de Abu Simbel, valdría la pena el viaje a Nubia: es una maravilla que hasta en Tebas considerarían algo bellísimo. El trabajo que costó esta excavación desafía la imaginación. La fachada está decorada con cuatro estatuas sedentes colosales, de altura no inferior a los dieciocho metros. Las cuatro, obras de soberbia artesanía, representan a Ramsés el Grande: sus caras son retratos y guardan un parecido perfecto con las imágenes de este rey que hay en Menfis, en Tebas y en cualquier otro lugar. También lo es la entrada; el interior es totalmente digno de visitarse, pero hacerlo supone una ardua tarea. A nuestra llegada la arena y los nubios encargados de trasladarla habían bloqueado la entrada. Hicimos que la despejaran de manera que abrieran un pequeño hueco y tomamos entonces todas las precauciones que pudimos contra la arena que caía, que en Egipto, así como en Nubia, amenaza con sepultarlo todo. Yo iba casi completamente desnudo; sólo llevaba mi camisa árabe y los calzones de algodón, y avancé reptando sobre el estómago hacia el pequeño umbral de una puerta, que, de haber estado despejada, habría medido por lo menos siete metros y medio de alto. Pensé que avanzaba hacia la boca de un horno y, deslizándome hacia el interior del templo, me encontré en una atmósfera a 52ºC de temperatura... Tras pasarme dos horas y media admirándolo todo y haber visto todos los relieves, se impuso la necesidad de respirar un poco de aire puro y me fue necesario volver a la entrada del horno.


Champollion, 1828

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